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Cuando llegaron a su casa él fue a buscar, rezando a todo Dios posible, refrescos para echarse un par de copas, una prueba más de que Dios no existe y que si no compras, no tienes refrescos en casa.
El frigorífico fue la salvación, quedaban unas pocas cervezas bien frías, para alargar un poco más la noche. Con dos cervezas en las manos y el miedo de que ella se arrepintiera de su decisión llegó al salón, aún seguía allí, que alivio, con las ganas que le tenía.
Se abrieron la cerveza, algo le decía que no iba a terminarla entera por muy rápido que bebiese. Se sentaron en el sofá y empezaron a hablar de banalidades, a conocerse un poco. El alcohol no era capaz de contener el ardor que les invadía, aunque si lo pensamos fríamente, si añades un chorro de alcohol a una hoguera, ésta se avivará aún más. En mitad de una conversación, ella, al ver que el deseo le invadía, que a él también, pero era incapaz de lanzarse le preguntó:
– Bueno, entonces, ¿para qué me has traído aquí?
Él titubeó, quería lo mismo que ella, pero no se atrevía a lanzarse, un temor muy tonto al rechazo, le gustaba, le atraía y cuánto más le llamaba la atención más miedo tenía a ser rechazado. Mientras pensaba una respuesta sincera pero que no la espantase ella se lanzó a sus labios, unos labios carnosos, húmedos y que sabían dónde iban, él notaba como su pulso se aceleraba, movía su boca junto a la de ella y notó que en su lengua había un sabor metálico, eso hizo que su erección se hiciera más potente, porque sabía que bien usado, el piercing de la lengua era placer.
Ella no dudó en subirse a horcajadas de él mientras le besaba, se notaba, se olía, se sentía la excitación suscitada en ambas direcciones, no tardaron en desnudarse el uno al otro y ella, adelantándose a él en un acto de valentía, bajó a comerse el mejor plato que puedes comer follando, comenzó a lamer su polla, sintiendo su lengua húmeda y los bultitos metálicos del pendiente, acto seguido la introdujo en su boca, estaba calentita y mojada, eso hacía que se pusiera más dura y él más cachondo, bajaba y subía la cabeza con todo el miembro dentro de su boca, jugando con la lengua y acompañando muy bien con sus manos, estimulando los huevos y pajeando al mismo tiempo.
Él, sentado en su sofá, no daba crédito del placer que estaba sintiendo por esa mamada espectacular que le estaban aplicando y lo más sorprendente era de una chica que acababa de conocer en un pub y, sin embargo, notaba que había cierta complicidad sexual aún sin conocerse. Tuvieron un pequeño forcejeo super erótico y era que él también tenía hambre, pero ella no quería dejar de saborearle, decía que estaba riquísimo. Él metió la mano bajo sus bragas y descubrió el manantial que emanaba fruto de lo cachonda que estaba, la sangre que quedaba en su cuerpo se fue a su pene, no hay nada más excitante que saber que una mujer está tan cachonda de estar contigo.
Consiguió convencerla de que le diera de comer y no le ponía nada más cachondo que ponerla de pie en el sofá y que su coño chorreante cayera sobre su boca, permitiéndole respirar lo justo y necesario, empezó a comer como él creía que debía degustar ese manjar, su sabor era único y delicioso, ella se aflojaba sobre su boca de placer y esto hacía que se pusiera aún más duro, sentía como le agarraba el pelo como le pedía aún más y sus caderas contoneándose, sentía el gusto de ella en su boca y no podía evitar excitarse aún más. No podía esperar, ella quería sentirlo dentro y él quería entrar en ella no pensaba en otra cosa desde que tocó aquel manantial.
Se bajó a horcajadas nuevamente, pero esta vez no había tela que separase sus cuerpos, tomó su polla con firmeza, pero de forma delicada, descubriéndola y rozándola contra su vagina, que estaba muy muy mojada, esto a él le volvió loco, no solo estaba sintiendo cuán de excitada estaba ella, sino que también el roce hacía que su pulso se pusiese por las nubes, hasta que llegó el momento que no resistieron más y se la metió. Él rompió en un gemido sordo, ella en una respiración que siendo oxígeno podría haber abastecido a media provincia.
Sus cuerpos despojados de prendas algunas se contoneaban juntos, dándose entre sí, un placer absoluto, ella se movía de escándalo y él lo leía perfectamente y la acompañaba en cada embestida para entrar más profundamente dentro de su ser, cada roce, cada caricia, cada tirón de pelos fruto de la pasión eran de dos desconocidos pero que sentían que llevaban perfeccionándolo años. Él quiso quitarla para ser quien llevase las riendas, pero una vez más estuvo avispada y se le adelantó, bajando su cabeza por su cuerpo y volviendo a comer ese rico manjar que decía existir entre sus piernas.
Fruto de la exaltación del alcohol y la propia excitación, comenzó no sólo a comer dicho plato, sino también a meterla toda entera por la garganta, él no daba crédito, no podía estar más cachondo, más empalmado y nunca se la habían comido con tanto ímpetu y tan bien, sentía que podría venir el éxtasis final, pero tenía que seguir, tenía que meterse más en ella para seguir volviéndola loca, le encantaba ver disfrutar a aquella desconocida. Optó por levantarla y besarla, aquellos besos sabían a vicio puro, una mezcla de ambos jugos en ambas bocas
¿Existía algo más delicioso que el sabor puro de la lujuria? Obviamente no. La puso contra el sofá, mirando a la pared y se arrodilló frente a su culo, estaba entregada a él y éste sólo quería escuchar sus gemidos así que se dispuso a deleitarse con su chochito empapado, a comerlo sin miramiento, como un náufrago que vuelve de una isla desierta y que lleva meses sin comer en condiciones, degustaba cada lamida, saboreaba cada labio con su lengua llegando a introducir todo el clítoris en su boca, chorreaba de placer y eso hacía que la sangre del miembro no se fuese de allí, que creciera cada vez más y se mantuviera bien dura para conseguir darle otro tipo de placer.
Le pedía que por favor se la metiera y, claro, él también lo deseaba con todas sus fuerzas, pero debía admitir que el sabor de aquello era un manjar de reyes y también costaba separar los labios de su entrepierna, pero le hizo caso, se levantó y la vio allí de espaldas tan entregada, su cuerpo hacia una silueta casi de dibujo idealizado, su cintura junto a sus caderas dibujaba una «S» que hacía que aquellas vistas fuesen mejores que tener un balcón frente al mar, el huequito de la cintura era de ensueño para poner las manos y poder traerla hacia él y así lo hizo, frotó su glande desnudo por su manantial, que seguía emanando jugos de placer potenciando aún más, si cabía, su erección y procedió a embestir a aquella silueta perfecta, con las manos bien agarradas de su cintura, trayendo consigo no solo sus cuerpo si no también su gusto.
Sus muslos rebotaban contra él de una forma musical, no podía quedarse quieto, estaba tan cachondo que no quería quedarse en sólo meter y sacar, así que exploró con sus manos todo su cuerpo, manoseaba su culo redondo y respingón, una de las cosas que más observó en el pub donde la conoció, masajeándolo y disfrutando de él, acariciaba su espalda, le agarraba el pelo en señal de disfrute, agarraba su pecho, estimulando sus pezoncitos, un deleite general de todo el cuerpo de esa chica que siendo una desconocida, se sentía una confianza que pocas personas le habían dado, el disfrute no solo era físico, si no también mental, de no tener esa tensión de no saber si no lo estás haciendo bien o te hace algo que te duela o no te guste, no peoncitos, todo fluía como un río en la época del deshielo. Ella en un arrebato de gusto se la sacó de dentro, ante la sorpresa de él, se dio la vuelta de puso de rodillas y le dijo:
– Voy a comerte todo lo rico que estás.
A lo que él replicó:
– Si me haces eso no sé cuánto más podré aguantar.
Sus ojos se abrieron como quien experimenta por primera vez el éxtasis, la idea de hacer correrse a ese chico que tan bien la entendía sexualmente en tan sólo dos miradas la volvía loca, ella quería no solo saborear el embellecedor, quería recibir hasta la última gota de placer de él, degustando su orgasmo y le dijo:
– Quiero que te corras para mí, ¿te gustaría hacerlo en mi boquita?
– Me encantaría, si es lo que quieres, encantado te brindaré mi leche.
Sólo la idea de que le sacase el orgasmo a chupetones le volvía loco y más con la destreza que ella mostraba, la combinación perfecta entre suavidad, ritmo y gusto por lo que estaba haciendo. Ella aceleró, acompañaba con su mano a la boca, segregando una cantidad de saliva que a él le hacía volver los ojos para atrás, abría la boca para introducirla entera en la boca, notaba que estaba tocando el fondo de ésta y no solo sentirlo, si no también imaginarlo le ponía aún más cachondo de lo que podía llegar a estar. La sacó, pero sin soltar la mano de su nueva mejor amiguita, le miró a los ojos y nuevamente le dijo:
– Me lo vas a dar todo? Quiero que te corras en mi boquita, me encanta verte sentir placer.
Él, con la voz entrecortada, respondió:
– Si sigues de esa manera no podré evitarlo.
La sonrisa de la chica revelaba que no había vuelta atrás y que deseaba sentir su líquido de éxtasis entrar en su boca, no sólo le gustaba sentirlo dentro de su vagina, también en la boca y ver la cara de gusto y felicidad de aquel desconocido. Encontró la manera de equilibrar su boca, su mano y su lengua y el chico le refería que si seguía en ese camino no habría marcha atrás, esto le hacía a ella seguir de esa forma y acelerar el ritmo, pues quería su orgasmo dentro. No sé hizo mucho de rogar, sentía como la carne se dilataba en su boca, como las piernas de él se tensaban, estaba a punto de dárselo todo, sus huevos se encogían, las manos no sabían dónde agarrarse, la respiración de él se agitaba muchísimo, el miembro crecía aún más en su boca, esto la excitaba muchísimo y por fin llegó, afloró un líquido caliente, semi dulce semi amargo, él gemía y le temblaban las piernas mientras iba soltando su orgasmo en su boca, no podía aguantar los gemidos aunque fuese de madrugada, ella bajó la intensidad para recibirlo todo, ya chupaba con mucha suavidad, acompañando la saliva con su leche y él no daba crédito del orgasmo que acababa de tener, había sido increíble.
Una vez terminado un momento que será por siempre recordado, se acurrucaron en el sofá, comenzaron a hablar, a conocerse un poquito, descubriendo que tenían más en común de lo que imaginaban, intentaron hacerlo de nuevo pero el alcohol y el cansancio no lo permitieron, él no quería que solo fuese un encuentro esporádico, le había encantado y creía que a ella también, así que le pidió su número de teléfono para poder repetir esa experiencia tan gustosa.
El resto de encuentros no son asunto de este relato, se guardan para segundas partes, que, al contrario de lo que dicen del cine, estas fueron muy buenas.
Sr. Kurt.